Me pongo a escribir este relato con el tremendo impacto de la llamada de Mercedes, la esposa de mi amigo Jaume Mulero, informándome del fallecimiento de este, después de luchar contra un cáncer que, al final, ha acabado con él. Este viernes estuve visitándole en su casa, compartiendo, junto con otros amigos, un rato agradable recordando viejas batallas, y riéndonos de todo, como hacíamos siempre.
Mi relación con Jaime siempre fue muy especial. Nacimos el mismo día, el mismo mes y el mismo año, en la misma clínica. Nos conocimos en el colegio y crecimos juntos. Por la coincidencia de fecha de nacimiento hicimos el servicio militar en el mismo destino, Ceuta, donde compartimos buenos momentos y otros no tan buenos. Después, y por esas vueltas que da la vida, dejamos de vernos por un largo período de tiempo, veinticinco años. Hace poco el destino, y el facebook, quiso que nos volviéramos a encontrar. Ya estaba enfermo, por lo que el reencuentro ha durado a penas seis meses. A pesar del tiempo transcurrido cuando nos volvimos a ver fue como si nos hubiéramos visto el día anterior. Es lo que tienen las relaciones especiales. Me hizo mucha ilusión que conociera a mi hija, y yo, el viernes pasado, conocer a su hijo. Ha sido duro ver como se ha deteriorado en tan poco tiempo. Esa enfermedad no perdona. Pero al menos, he tenido la oportunidad de acompañarlo en estos últimos tiempos de su vida y, estoy seguro que se ha ido sintiéndose arropado por los suyos y por sus amigos. Así pues, con el corazón lleno de tristeza, relataré a continuación la jornada de caza del domingo. Buen viaje Jaime, siempre te recordaré.
El viernes me llama mi amigo Miguel. Su mujer está por aquí, por lo que no tiene que ir el fin de semana a Teruel. El sábado va a ir a cazar a La Nou, pero yo no puedo, teniendo previsto cazar en Berga el domingo. Me comenta que el domingo está invitado a cazar en Gabarró y que, si quiero, puedo ir con él. Me dice, además, que la zona está plagada de ciervos, cochinos, y corzos. La tentación me puede y acepto sin pensarlo demasiado. Quedamos en su casa a las cinco y media, porque hemos de estar a las seis y media en Berga, así que el domingo me espera un buen madrugón.
Cuando suena el despertador estoy profundamente dormido. Raro, porque los días de caza, como ya he comentado en otras ocasiones, suelo despertarme sobre las cuatro. Pero hoy estoy disfrutando del sueño. A pesar de eso, me levanto sin problemas y de inmediato. Como siempre hago, miro el tiempo en internet. Hoy estará nublado y no lloverá, según la previsión, que no será acertada, aunque por poco.
Aún no son las cinco cuando arranco el coche y me voy para casa de Miguel. A la hora prevista me encuentro con mi amigo y nos vamos, en su Discovery, para la montaña.
| Cielo cubierto y algo de lluvia en la zona que batimos |
Cuando estamos llegando a Berga empieza a chispear. Será poca cosa, pienso. Al llegar a Ca la Xera, nos encontramos con los otros cinco compañeros invitados a la cacería. También están por allá los compañeros habituales de caza, que al saber que vamos a cazar a Gabarró, nos dicen que preparemos balas porque aquello está plagado de animales. Después de despedirnos y desearnos mutuamente buena caza, nos vamos para Guardiola, ya que son los cazadores de allí los que nos han invitado a la batida.
Al llegar, llueve con cierta intensidad, dejará de hacerlo cuando nos vayamos a los puestos. Recogemos las invitaciones y almorzamos en el bar a donde van llegando el resto de compañeros. Buena gente, y buen ambiente de caza.
Cuando se organizan los puestos, Miguel se va para una zona dónde no hay que caminar demasiado, y yo para la zona del Prat Terré, dónde me toca hacer una pequeña excursión en solitario monte arriba. No me gusta demasiado el tener que buscar paradas en terrenos desconocidos, pero con las indicaciones que me da nuestro compañero Flores, no tengo problema en encontrarla. Aunque siempre te quedas con la intranquilidad de si será o no será allá, pero es lo que hay.
Empieza la batida y no tardan los perros en encontrar animales y hacerlos correr. Nos avisan por la emisora que solo podemos tirar a los marranos, así que la expectación de abatir un ciervo se esfuma, y el período de caza del corzo ya ha finalizado.
| Detalle del puesto |
Enseguida se escuchan los primeros disparos. A la media hora de batida oigo una ladra que parece que se acerca por la zona alta del puesto. Estoy en un cruce de tres senderos, junto a una pared de piedra. Si viene un cochino me tiene que salir por uno de los tres caminos. Empiezo a oír el rumor de un animal que se acerca, pero me extraña el que no es solo el típico rumor cochinero, si no que lo que viene, viene con bastante estrépito. Rompiendo monte, pero a lo bestia. Me pongo en guardia y, por el sonido, imagino que lo que sea aparecerá por el camino del centro. Y así es, a los pocos segundos aparece un ciervo con una cornamenta espectacular. Viene directo hacia mi, por lo que chasco los dedos y silbo para que me vea y se gire. Efectivamente, el animal me detecta de inmediato, frena de golpe y se gira ciento ochenta grados. Se va por donde ha venido. Lo oigo irse y en pocos segundo se pierde en la inmensidad del bosque. Es la primer vez en toda mi vida cinegética que veo un ciervo en el monte. Así que me quedo impresionado y maravillado con la visión de tan extraordinario animal.
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| Recreación de la zona por donde aparece el ciervo |
Pero la batida sigue. Oigo disparos muy cercanos. El puesto de encima mio acaba de abatir una cochina de buen tamaño. Después es Manolin, compañero de la colla de Berga hasta el año pasado, el que abate un cochinete y falla un marranazo de campeonato.
Casi al mediodia vuelve a llover un poco, durante cinco o diez minutos.Sobre la una se toca retirada. Al bajar del puesto paso por unos pequeños campos cercanos a la casa que hay en la zona. Es impresionante como los han dejado los jabalís, levantados por todos los lados. Es increíble la magnitud de los destrozos que, en su natural búsqueda de alimento, pueden llegar a hacer estos animales. No me extraña que agricultores y propietarios de fincas rurales reclamen nuestra presencia a menudo. Al final de la batida se han cobrado cuatro cochinos.

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